Las Nuevas Mandalas de Sonesta: Más Allá del Arte, un Viaje Hacia el Alma

En la cadena Sonesta, algunas propiedades han comenzado a ofrecer talleres, espacios de contemplación o actividades guiadas con mandalas para los huéspedes. Sin embargo, aún pocos comprenden el verdadero trasfondo de esta práctica milenaria. Este artículo busca abrir esa puerta: la de la comprensión espiritual de las mandalas como herramienta de introspección, equilibrio emocional y conexión con uno mismo.

El origen sagrado de una figura circular

Hay símbolos que se miran, pero no se entienden. Figuras que se repiten como un misterio ancestral, con curvas, colores y formas que hablan sin palabras. Las mandalas son uno de esos lenguajes secretos. Llegaron al mundo occidental como una moda decorativa, una tendencia estética. Pero su origen es sagrado. Su propósito, profundo. Y su impacto en el alma humana, transformador.

La palabra mandala proviene del sánscrito y significa literalmente “círculo sagrado” o “centro energético”. Desde hace siglos, culturas tan distantes como la tibetana, la hindú, la budista y hasta las comunidades indígenas de América han usado estos patrones circulares como herramientas de meditación, sanación y ritual. En todas ellas, el círculo representa la totalidad, la unidad del universo, el equilibrio entre el caos y el orden. Dibujar o contemplar una mandala es, en esencia, un viaje hacia el centro de uno mismo.

Mandalas y propósito: una brújula interior

A diferencia de otros recursos visuales, las mandalas no solo decoran: orientan. Funcionan como mapas del alma. En el centro de cada mandala reside un punto de origen, y desde allí nacen formas que se expanden hacia fuera. Este patrón refleja lo que muchos buscan al hospedarse lejos de casa: volver al centro, reencontrarse. Por eso, en hotelería, especialmente en entornos que promueven el bienestar, como spas o retiros, la mandala no es solo un adorno… es una invitación al silencio interior.

Mandalas y estados de ánimo: una terapia silenciosa

Está científicamente demostrado que colorear o trazar una mandala reduce el estrés, regula la ansiedad y mejora el estado de ánimo. No es magia. Es neurociencia. La mente, al concentrarse en patrones simétricos y repetir movimientos circulares, entra en un estado de atención plena que disuelve pensamientos negativos y activa zonas del cerebro asociadas con la calma y la creatividad. En otras palabras: cuando un huésped se entrega a la mandala, no solo se distrae… se cura.

El alma en colores: mandalas como espejo interior

Cada mandala que se dibuja o colorea es única. Incluso si el patrón se repite, los colores elegidos, la forma de rellenarlos, la precisión o el desorden del trazo revelan lo que el alma calla. Por eso, muchas terapias usan mandalas para interpretar estados emocionales. Un huésped que se encuentra con una mandala en su habitación, en un taller o en una actividad guiada, encuentra también una puerta a sí mismo. A veces no necesita hablar con nadie. Basta con trazar un círculo para empezar a sanar.

Mandalas en hotelería: una experiencia con propósito

Los hoteles de la cadena Sonesta que han integrado las mandalas a su propuesta de valor no lo hacen solo por estética ni por moda. Lo hacen como parte de una visión superior de hospitalidad: la de sanar, acompañar y transformar. En un mundo donde los viajeros muchas veces llegan agotados, dispersos o emocionalmente desconectados, ofrecer una actividad que los devuelva a su centro es un acto de amor. Ya no se trata solo de ofrecer descanso físico, sino también refugio espiritual.

Una mandala en la mesa de noche. Un libro de mandalas en el spa. Una sesión de mandalas al atardecer. Una libreta para colorear en el desayuno. No son solo gestos. Son mensajes. Le dicen al huésped: “Aquí puedes parar. Aquí puedes respirar. Aquí puedes volver a ti”.

La verdadera hospitalidad no es solo una sonrisa en el check-in o una cama bien tendida. Es entender que cada huésped llega con un alma que necesita algo más. Tal vez silencio. Tal vez inspiración. Tal vez un símbolo que lo conecte con su centro. En ese sentido, las mandalas no son un lujo ni una tendencia decorativa. Son herramientas sutiles de bienestar profundo. Son círculos sagrados dentro del gran círculo que es la hospitalidad.

Y cuando un hotel logra ofrecer eso, ya no está simplemente hospedando… está sanando, está tocando vidas. Como una mandala: desde el centro, hacia el mundo.

Imagen de Alexandra_Koch en Pixabay

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