En las plazas, parques y calles de muchas ciudades colombianas, un sonido crujiente y un aroma dulce anuncian la presencia de uno de los postres más entrañables del país: las obleas. Este sencillo pero delicioso manjar, compuesto por dos discos delgados y crujientes, rellenos con arequipe y una variedad infinita de ingredientes, se ha ganado un lugar privilegiado en el corazón (y el paladar) de locales y visitantes.

Aunque su origen se remonta a la Europa medieval, donde los monjes las preparaban como ofrendas religiosas, en Colombia las obleas han tomado una identidad propia. Con la llegada de las tradiciones españolas durante la colonia, el postre fue adaptándose al gusto criollo hasta convertirse en un símbolo de la repostería callejera nacional. Hoy, pedir una oblea no es solo satisfacer un antojo: es participar de una costumbre viva, compartida por generaciones.
El clásico colombiano combina arequipe (el dulce de leche local) con queso rallado, creando ese contraste irresistible entre lo dulce y lo salado que encanta a tantos. Pero las opciones no terminan ahí. En los puestos ambulantes y ferias populares, el cliente puede elegir entre una variedad de adiciones: coco, mermeladas, chocolate, leche condensada, frutas, maní, o incluso versiones más modernas con ingredientes como Nutella o crema de avellanas.
Más allá del sabor, las obleas son también una experiencia emocional. Muchos colombianos las asocian con paseos en familia, tardes en la ciclovía, salidas al parque o visitas a pueblos turísticos. Ver al vendedor preparar con cuidado las capas de dulce entre las obleas crujientes es casi un ritual, y entregarla envuelta en papel o en una pequeña bolsa plástica despierta una nostalgia que trasciende edades.
En ciudades como Bogotá, la oblea es reina indiscutible de los domingos. En pueblos como Villa de Leyva, Barichara o Salento, es parte del recorrido obligatorio para los viajeros que buscan una muestra auténtica del sabor local. Incluso en hoteles y restaurantes, algunos chefs han comenzado a reinterpretarlas, llevándolas a un nivel gourmet sin perder su esencia popular.
Más que un postre, la oblea es una muestra del ingenio colombiano: con ingredientes simples y accesibles, se logra un resultado delicioso que une generaciones y culturas. Y aunque han cambiado los tiempos, la tradición se mantiene viva, una oblea a la vez.

